Somos lo que comemos, reza el dicho popular, o sea que cada día somos un poco más japoneses, chinos, paquistaníes, argentinos, vietnamitas, italianos, franceses, mexicanos, mediterráneos, eslavos... Porque la proliferación de comidas exóticas e importadas es un hecho al que no se le debe dar la espalda. Conozco una tienda en la calle Hospital, con paradita en la Boquería, especializada en productos exóticos y con una cartera de clientes tan generosa como variopinta. Y Barcelona se está llenando de comercios con papayas chilenas, judías negras del Brasil y algas deshidratadas japonesas, de esas para hacer los «maki» o rollitos del «sushi». Parte de estas materias primas también se han colado en esos colmados barceloneses de toda la vida que resisten gracias a una apuesta por la calidad en todos sus aspectos, tanto en los productos ofertados como en la atención al cliente, que es el punto débil de las tiendas regentadas por inmigrantes.
Que gran contradicción: cuando nuestra rutina de supermercado se está transformando en un circuito preestablecido por una lista que apenas cambia y que te obliga a detenerte invariablemente en los mismos puntos de la tienda, consumiendo lo mismo semana tras semana y limitando nuestra imaginación culinaria a lo esencial de lo que hoy comprendemos como una «comida saludable», surgen por la ciudad alternativas cargadas de especies, de pescado crudo y de salsas picantes.
El caso es que las estadísticas no mienten, y si nos dicen que la agricultura se está limitando según los dictámenes del consumo masivo, será verdad digo yo. Mirando la nevera igual los números tienen razón.
Fuente : http://comida-exotica.blogspot.com/